
“El diésel salvó a este país, es nuestra responsabilidad moral seguir produciéndolo”, afirma Repsol
«El denostado diésel salvó a este país». La frase no viene de una tertulia de bar ni de un foro escéptico sobre la transición energética. La pronunció Josu Jon Imaz, consejero delegado de Repsol, durante la XVIII edición del Foro Empresarial de Gipuzkoa.
Y no se quedó ahí: para el directivo, es «responsabilidad moral» de Repsol «seguir produciendo diésel para que los productos lleguen a los supermercados todas las mañanas». Una defensa abierta de los combustibles fósiles, sí, pero matizada con una visión que reclama equilibrio, realismo y pragmatismo en el debate energético europeo.
«Salvar el planeta no implica destruir su tejido productivo»
En su intervención, Imaz apeló a una descarbonización con los pies en la tierra: «Necesitamos todas las energías en nuestra sociedad para descarbonizar», afirmó, abogando por no caer en debates simplistas o maniqueos.
Porque, según él, «el debate en ningún caso debería ser que tenga que haber menos renovables», sino entender que estas son «un activo importante» no solamente para reducir emisiones, sino también para «tener en el futuro un sistema eléctrico más competitivo».
Energía, pero sin dogmas
La idea central de su discurso giró en torno al llamado «trilema energético», un concepto que pide equilibrar tres objetivos: garantizar la seguridad de suministro, la asequibilidad y producir energía de forma cada vez más descarbonizada.
Para Imaz, Europa ha perdido ese equilibrio: «En los últimos seis años hemos perdido en Europa el 12 % de las empresas altamente consumidoras de energía» debido a unos «costes energéticos altos europeos», mientras se entregaba «a manos del gas ruso y las materias primas chinas».
A su juicio, eso es resultado de haber puesto la ecología por delante de la estrategia energética: «Necesitamos políticas energéticas con el foco en la energía y no subordinadas a la ecología», defendió.
El gas, el queroseno… y las vacaciones
Más allá del diésel, Imaz también justificó la producción de otros combustibles fósiles que, según él, siguen siendo imprescindibles: «Seguir produciendo gas para la actividad industrial» y «seguir produciendo queroseno para que incluso aquellos que lo denuestan sigan volando de vacaciones, de trabajo o para que los entornos tengan actividad turística». Todo ello, eso sí, «cada vez de forma más sostenible».
Una afirmación que, lejos de sonar a contradicción, parece parte de una estrategia que quiere conjugar lo viejo con lo nuevo, lo necesario con lo deseable. La descarbonización, según Imaz, no debería pasar por eliminar tecnologías, sino por hacerlas convivir con eficiencia, innovación y responsabilidad ambiental.
Críticas al impuesto a las energéticas
También hubo dardos al fallido impuesto temporal a las energéticas, que el Gobierno planteó para gravar los «beneficios caídos del cielo». Imaz no se anduvo con rodeos: «Apuntaba directamente y equivocadamente al sector energético» y se podía haber «cargado la inversión industrial en muchos sectores de este país para los siguientes años». Por eso, su retirada fue «un alivio para todos, incluso para muchos de los que lo habían propuesto».

Porque —según advirtió— si no se conjugan bien las políticas industriales con las ambientales, las consecuencias no son únicamente económicas, sino también políticas y sociales: «Estamos dejando un daño social en las personas vinculadas al sector industrial que luego son pasto de cualquier populismo», alertó, con una advertencia clara: «Podemos vivir una regresión del péndulo exactamente de la dirección contraria, que es lo que tampoco queremos nadie».
Tecnología sin prejuicios
Finalmente, Imaz pidió abordar el debate energético «desapasionadamente», sin caer en bandos ni trincheras. En ese sentido, reivindicó ser «agnósticos tecnológicamente» y dejó claro que el sistema debe decidir «cuál es el mix adecuado» en cada momento. Lo importante, dijo, es «buscar este equilibrio» sin «poner las renovables en el punto de mira».
Lo cierto es que el CEO de Repsol lanzó un mensaje incómodo para algunos sectores, pero necesario para otros: que la transición energética no puede construirse desde la ideología ni desde la urgencia mal entendida. Que «salvar el planeta» no implica destruir su tejido productivo. Y que, en medio de la tormenta climática y geopolítica, a veces es el denostado diésel el que mantiene a flote el barco.
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